Vivimos un momento de grandes desafíos globales. La degradación ambiental, el cambio climático, la crisis energética, la pérdida de biodiversidad, la polarización social y el aumento del individualismo son síntomas de un modelo de desarrollo que ha roto su vínculo con la naturaleza y debilitado nuestras relaciones humanas. Las respuestas convencionales a estas crisis suelen ser fragmentadas, técnicas y parciales, cuando lo que necesitamos con urgencia es una visión integradora, regenerativa y profundamente humana.

La permacultura contribuye a abordar los problemas más complejos de nuestro tiempo

Después de años de estudio y exploración de modos para alcanzar la sostenibilidad no se me ocurre herramienta más poderosa para sanar los múltiples tejidos dañados de nuestro mundo que la permacultura, un enfoque de diseño holístico que integra principios ecológicos, económicos y sociales para crear sistemas resilientes, justos y sostenibles. No es que considere que sea la única herramienta, la agroecología, la sociocracia, las energías renovables, la tecnología, la bioconstrucción…todas válidas en su contexto, pero solo la permacultura es capaz de integrarlas a todas y dirigir la orquesta.

Esta herramienta de diseño puede desde sus éticas y principios contribuir a abordar los retos más complejos de nuestro tiempo, desde la regeneración del suelo hasta la revitalización de comunidades.

De problemas interconectados a soluciones integradas

Uno de los aportes más importantes de la permacultura es su mirada sistémica. Mientras que muchas disciplinas, políticas y tecnologías intentan resolver problemas aislados, la permacultura observa el conjunto y busca las relaciones entre los diferentes elementos de un sistema, entendiendo las diferentes interconexiones y tratando de obtener la máxima armonía y eficiencia entre ellas. 

La permacultura diseña para convertir problemas interconectados en soluciones integradas basándose en la observación de los patrones de la Naturaleza, que tan bien funcionan.

Muchos hemos empezado a entender que la pérdida de suelo fértil, la dependencia de combustibles fósiles, la contaminación del agua, la marginación rural, o el aumento de enfermedades crónicas, tienen raíces comunes en un modelo desconectado de los ciclos de la vida.

La permacultura se mueve desde el centro del individuo hacia afuera. Conecta a la persona con su propia naturaleza y la regenera para seguir avanzando en la creación de comunidades locales conectadas fuertemente por una base común del cuidado de la naturaleza, de las personas y el reparto justo (las tres éticas de la permacultura).

Economía circular en espiral positiva

Mientras tanto, el cuidado de los recursos naturales como el suelo y el agua, la energía o la vivienda, se realiza en formato de economía circular en una espiral positiva, regenerando el ecosistema.

Propone ciclos cerrados de nutrientes, materiales y energía. Diseña sistemas donde los residuos de un proceso son el recurso de otro, imitando los patrones de la naturaleza.

La riqueza está en los bordes

Pero una de las cosas más bellas de la permacultura es el uso del principio natural de que en los bordes está la riqueza.

Su capacidad para integrar diferentes sistemas en lugar de polarizar. Sistemas diferentes e incluso opuestos, que al conectarlos por sus bordes surge un espacio fértil de creatividad, innovación y riqueza.

Así como en la naturaleza los límites entre ecosistemas (entre un bosque y un humedal, o entre un río y un desierto) son zonas de alta biodiversidad, también en lo social y lo humano, los encuentros entre visiones distintas generan nuevas posibilidades.

Restaurar lo esencial

Sin embargo, no digo que sea fácil. Así como el agua, al correr inyectada en cloro por una tubería vieja, puede contaminarse y perder su esencia, también las personas necesitamos procesos de restauración.

La contaminación de la vida rutinaria en un mundo saturado de necesidades vacías, trabajos sin sentido y una lucha constante por sobrevivir, nos desconecta de nuestra propia naturaleza y capacidades como ser humano, nos desconecta del resto de las personas. A menudo nos encontramos incapaces de superar nuestras propias guerras y, por tanto, muchas veces de colaborar y remar juntos.

La permacultura nos ofrece una invitación profunda: diseñar la vida con sentido, en armonía con la naturaleza y en cooperación con los demás. Nos recuerda que no necesitamos tanto soluciones mágicas ni tecnologías complejas para salir de la crisis, sino una nueva forma de mirar, de organizarnos, de vivir.

En un mundo en crisis, la permacultura no es solo una solución técnica, sino una propuesta ética, cultural y espiritual. Una forma de reconciliarnos con la tierra… y con nosotros mismos.

Por ello, invito a diseñar desde dentro, a reconectar con lo esencial, y a construir juntas un mundo donde la vida pueda reverdecer.

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